«Vamos a echarle el último vistazo al colegio».
Un niño de apenas doce años caminaba entre columnas melancólico, recordando los seis años que había pasado entre esas vallas oxidadas, en esa pista que servía para cualquier deporte, en aquellas aulas donde había pasado tantos buenos y malos ratos, ambos por igual. Una nueva etapa de su vida comenzaba, en una edad que él no consideraba adecuada, pero había que dar el gran paso: ir al instituto, cambiar de paredes, de mesas, de compañeros, de todo.
Seis años después volvió a repetir esa frase, curiosamente a la misma persona que la oyó la primera vez. Se habían reencontrado después de varios años de saludos por los pasillos. Esta vez el paso era aún mayor. Después de un curso lleno de nuevas experiencias, algunas dignas de recordar y otras deseosas de ser olvidadas, iba a ir a la universidad. Mucho anhelaba este nuevo salto, esta nueva etapa. Aunque le habían hecho replantearse qué camino tomar, finalmente seguiría el que él siempre había querido.
Tres años después, el chico, que sigue siendo un niño pero con más barba, se sorprende a sí mismo recordando su paso del colegio al instituto y luego del instituto a la universidad; se sorprende en el último día del tercer curso de su carrera, el camino que finalmente había elegido. No se arrepiente del camino ya andado, y aunque aún tiene la incertidumbre de si tendrá o no que hacer su primer examen en septiembre, está feliz: ha acabado un curso más, el más temible por todos y el más pesado para él. Ahora está más cerca de dar otro salto, aún mayor que los dos anteriores, y aún más temido y ansiado por partes iguales. De lo que está seguro es de que, tenga que estudiar o no, este verano será diferente.
Un niño de apenas doce años caminaba entre columnas melancólico, recordando los seis años que había pasado entre esas vallas oxidadas, en esa pista que servía para cualquier deporte, en aquellas aulas donde había pasado tantos buenos y malos ratos, ambos por igual. Una nueva etapa de su vida comenzaba, en una edad que él no consideraba adecuada, pero había que dar el gran paso: ir al instituto, cambiar de paredes, de mesas, de compañeros, de todo.
Seis años después volvió a repetir esa frase, curiosamente a la misma persona que la oyó la primera vez. Se habían reencontrado después de varios años de saludos por los pasillos. Esta vez el paso era aún mayor. Después de un curso lleno de nuevas experiencias, algunas dignas de recordar y otras deseosas de ser olvidadas, iba a ir a la universidad. Mucho anhelaba este nuevo salto, esta nueva etapa. Aunque le habían hecho replantearse qué camino tomar, finalmente seguiría el que él siempre había querido.
Tres años después, el chico, que sigue siendo un niño pero con más barba, se sorprende a sí mismo recordando su paso del colegio al instituto y luego del instituto a la universidad; se sorprende en el último día del tercer curso de su carrera, el camino que finalmente había elegido. No se arrepiente del camino ya andado, y aunque aún tiene la incertidumbre de si tendrá o no que hacer su primer examen en septiembre, está feliz: ha acabado un curso más, el más temible por todos y el más pesado para él. Ahora está más cerca de dar otro salto, aún mayor que los dos anteriores, y aún más temido y ansiado por partes iguales. De lo que está seguro es de que, tenga que estudiar o no, este verano será diferente.
2 comentarios:
Te aseguro que será diferente. Y más si sigues siendo un niño y ves cada día del verano como un juego, aunque de edades tardías ;) Y después de repetirme como las morcillas una vez más, te deseo mucha suerte para todos los proyectos que tienes, y te aseguro que estaré ahí apoyándote.
Un abrazo.
Jorge Andreu
Muchas gracias por tus comentarios Jorge, como siempre. Desde luego he empezado el verano con ganas y ya voy haciendo cosas poco a poco :)
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