lunes, 22 de marzo de 2010

El hombre que desperdició su vida

Esta es la historia de un hombre que desperdició su vida. De pequeño era un chico normal, no destacaba en nada. Era uno más del montón.

Un día, hizo algo que a su madre le gustó mucho. Ya no recuerda qué fue, y ya no es importante. A su madre le gustó mucho, e hizo que todos lo vieran. El chico se sintió orgulloso, y eso que tanto gustaba lo hacía y lo hacía para que todos lo vieran.

Pero llegó un momento en que ya nadie le miraba. Y quedó triste. Entonces descubrió su afán por que todos le mirasen. Le gustaba que todos estuvieran pendientes de él, de lo que hacía.

El chico crecía. En el instituto hacía muchas gamberradas, travesuras cada vez peores, para que la gente hablara de él. Cuando tuvo la edad suficiente, enamoraba a las chicas más guapas, se pelaba con los chicos más rudos. Todo para que hablaran de él.

Sus acciones y la gente que lo rodeaba (que aunque era mucha, nunca consideró a nadie como un amigo) hicieron que se viera vendiendo su vida, planeando historias folletinescas con complejas tramas para engañar a la gente, a veces sólo, a veces con gente como él.

Ahora la gente hablaba de él más que nunca. Todo su país sabía que existía, y esto le encantaba. Vivía a cuerpo de rey yendo de televisión en televisión, concediendo entrevistas, saliendo en portadas de revistas con una falsa familia que había montado, enseñando partes de su cuerpo. Todo daba igual: él sólo quería que hablaran de él, que la gente lo conociera, que supieran que él existe.

Un día, cuando ya se estaban despejando los rumores sobre su vida y cuando estaba planeando algún complicado plan para que la gente volviera a mirarle, se vio en la obligación de ir en tren, como la gente corriente. Cuando el fuelle de un gran plan se agota, tiene que inventar otro para que no sucediera esto, tener que rebajarse así. Pero a veces pasaba. El dinero se gasta tan rápido como se gana. Y tuvo que ir a la estación a coger un tren para trasladarse a otro lugar de la ciudad, uno de esos lugares insulsos que solía visitar y que tanto le gustaban, porque la gente le hacía caso.

Esperando en la estación, observó cómo alguien leía apasionadamente un libro, con sus lentes al borde de la nariz. Seguramente no era un libro que contara su vida, ni una trama parecida a las que él confeccionaba. Iba vestido muy elegante, como él, pero sin las extravagancias que tanto le gustaban.

Aquél extraño dejó de leer. El tren se aproximaba. Cuando el extraño se quitó sus lentes, le miró. Muy pocas veces había cruzado la mirada con nadie de aquella forma, no con alguien que tuviera aquella mirada. Vio un odio tremendo en sus ojos, o más que odio, vergüenza. Vergüenza ajena mezclada con compasión y desprecio.

Estuvo a punto de preguntarle a esa persona por qué le miraba así, que si le conocía. Pero estaba seguro de que le conocía. No había nadie en el país que no le conociera. Todo el mundo tiene un familiar o un amigo que hablara de él.

En esa mirada vio reflejadas toda una serie de palabras que algunas personas le habían dicho. Personas que decían ser sus amigos y que él había despreciado. Deja esta vida antes de que te consuma. Déjala, ahora que puedes. Mucho tiempo había pasado ya de esto, estas personas ya no estaban a su lado, y en aquél momento ya no hacía nada que la gente no conociera tarde o temprano. Incluso puede que alguien viera y luego describiera al milímetro su cara de aturdimiento tras contemplar aquella fugaz mirada.

El extraño subió al vagón, y cuando estuvo en su asiento, siguió leyendo, ignorando a aquella estrafalaria persona que se había quedado con cara de aturdido y que había dejado ir el tren que esperaba.

¿Esto valgo para las personas realmente? ¿Una fugaz mirada y luego la indiferencia? Pero ya era demasiado tarde. Cuando toda esa gente que había hablado de él y que ya no lo hacía se quedaba sin temas de conversación, sin alguien a quien despellejar, hablaban de él, aunque él ya no hiciera nada. Le perseguían. No podía salir de casa y estar solo, si a aquello se le puede llamar casa. Incluso estando allí se sentía observado.

Había desperdiciado su vida por hacer cualquier cosa que gustó a su madre.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

"Esto valgo", bonito /palabro/.

Aunque la moraleja es otra, que se puede esperar de este país, cuando el canal de televisión más visto es Telecinco (http://www.audiencia.org/).

Todo es ser famoso y vivir del cuento.

gadi dijo...

Anónimo: con tu comentario me has hecho dudar si "valgo" está bien escrito o no, pero he comprobado que sí xD.

Pues no tengo nada que añadir a tu comentario. Es así de triste, y es una lectura del texto igual de válida que cualquier otra :)

Gracias por pasarte y comentar.

Anónimo dijo...

No pretendía corregirte. Cada día se aprenden palabras nuevas. ;)

Muy buena lectura, me gustó.

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