Provecho intelectual, no hace falta otro

Parece que en la vida de hoy en día es necesario hacer las cosas con un fin práctico, cosas que nos sean útiles de algún modo u otro para sacar algún beneficio.

Pero ¿hay que dejar de hacer esas cosas que no tienen un fin práctico?

Cuando estaba en clase, mi profesor de semántica, que sabe muchos idiomas, dijo algo así como:

Yo sé karnataka. Y para qué me sirve, ¿para ir a un supermercado y poner un cartel en la puerta que diga «Se enseña karnataka?». No. Me sirve a mí, porque me gusta aprender idiomas, porque me siento realizado haciéndolo.

Eso me hizo pensar mucho, y aunque esta entrada se parezca a aquella de Inquietud intelectual y el valor de los conocimientos, se me apetece escribirla.

¿Por qué todo esto ahora?

Cuando investigaba o iniciaba el aprendizaje de algo, siempre tenía un objetivo en mi mente, una meta, un por qué de lo que estaba haciendo. Pero realmente no son tan necesarios como nosotros mismos nos queremos imponer.

Aprendemos, conocemos cosas, las aprovechamos para nosotros mismos. ¿Qué mas da realmente si una cosa no se puede aprovechar en nuestra vida cotidiana, si nos gusta, si nos sentimos a gusto aprendiéndola?

El provecho intelectual, la satisfacción de estar aprendiendo algo, o investigando sobre un tema para conocerlo mejor. Eso es lo único que debería importar.

¿Por qué hacerlo? La pregunta debería ser: ¿y por qué no?

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